Hay algo de clima tropical y cálido en la presentación. Es decir, se muestra latina (casi chicano). Pero se trata de un marco estético, más que nada. Que si bien, no pretende mexicanizar la historia, si la inscribe dentro de lo que los espectadores de más al norte y Europa, reconocen como cine latinoamericano.
Uno queda al final, con un buen sabor de boca.
(Nota: Si NO viste la película, NO leas este segundo párrafo)
La protagonista se nos aparece a primera vista como una joven empleada doméstica, que cuida a un solitario anciano. Nuestro prejuicio solo nos deja ver en ella su origen social de estrato pobre y étnico (mapuche). Pero a medida que avanza la historia se nos revela su verdadero papel. Se trata de un ángel.
Su mirada inocente y coqueteos de niña. Su caminar silencioso, ensimismado en la música, son algunos de los primeros detalles de un personaje de carácter casi inmaterial.
Se aparece cuidando y observando al resto de los personajes en sus momentos más difíciles. El anciano que agoniza y el joven arquitecto con depresión suicida. Pero es una aparición que los demás no notan. No la ven. Ella los sigue. Los espía. Los vigila preocupada como si fueran su responsabilidad. Curiosa de estas personas, los observa y los estudia (los huele), en sus acciones, en sus paseos, en sus casas. Pero ellos no se percatan en absoluto de su presencia. Se les cruza en sus vidas, pero de forma casi invisible. Inmaterial. Siempre a sus espaldas, su naturaleza la insta acompañarlos. Y como todo ángel, a socorrer. Al final, ella se aparece. Le dice al joven que es su enfermera (cuidadora) y que si bien, no la volverá a ver, nunca lo dejará. Al final, hace que la pareja vuelva a juntarse.
Ella misma termina transformándose. Embelleciéndose, como es que nos imaginamos a aquellos fantásticos seres.
Es clara esta idea, que incluye guiños a otra cinta del mismo tópico, como es el enamoramiento de un humano o el cuadro de su contemplación de la ciudad (tan lejos, tan cerca).
Pero el verdadero mérito en este caso, es que en lugar de transportarnos a una fantasía, trae el mito hacia nuestra realidad. Mostrándonos, que quizás aquellos seres de veneramos como divinos, pueden ser la idealización de personas reales, que existen a nuestro alrededor, que nos observan, nos siguen, y nos cuidan, sin que nosotros queramos verlos.