Cuando terminé la carrera, mi madre me regaló una cámara fotográfica reflex. Una Vivitar V60, a la cual le compré dos lentes. Esto fue hace más de once años.
Siempre me gustó algo la fotografía. Pero reconozco que nunca aprendí. A pesar de mi afición, me resultaba un hobby demasiado complejo y caro. Los rollos de película eran demasiado onerosos para la economía de mi familia y solo podía pagar mediocres revelados en las galerías comerciales de mala muerte del “centro”; con químicos reciclados que impregnaban con tonos sepias a mis fotos.
A pesar de todo, la usé bastante. La cargué al hombro en viajes de congresos estudiantiles y en mi visita a México. La usé para tomar diapos que luego mostré en más de una charla y en la exposición de mi tesis de magíster. Si bien no era diestro, las fotos que conseguía no eran tan malas. Además, jugar con una máquina semi profesional, una reflex, me hacía sentir que mis patéticos intentos eran algo más en serio, que si utilizara una simple de plástico… Y como era consciente de que no manejaba, ni de lejos, la técnica, intenté aprender un poco más… por lo que me inscribí un tiempo en un taller de cámaras estenopeicas (que son esas de cartón). Fue trabajoso pero divertido. Las imágenes que saqué en ese taller pueden verlas aquí.
Los tiempos cambian y con la llegada de las pequeñas cámaras digitales simples, mi cámara V60 quedó guardada sin usar. La fui dejando por lo práctico que resulta manejar una digital casera. Solo click y descargar. Rápido y barato. Aunque las fotos ahora me salen más mediocres que nunca.
La verdad es que por la frustración que me generaba mi mal talento fotográfico, no volví a pensar en cámaras semiprofesionales por un buen tiempo. Me olvidé de ese gusto de girar el objetivo, de encuadrar y de enfocar. Además, en muchos lugares empezaron a prohibirme o a correrme, cuando me veían armado de una aparatosa reflex.
Entonces, el otro día llegó a la casa mi hermana con el gigante de su novio. Es fotógrafo profesional, así que mientras se sentaba a comer en la mesa, recordé la V60 y le largue el bolso con mi viejo juguete. El gigante dejó a un lado el tenedor y comenzó a manipular los lentes y a enfocar por la mira de la cámara. Disparó varias veces y al escuchar el click dijo que tenía buen sonido.
“Te recomiendo que la vendas”, me dijo guardando el equipo y centrándose nuevamente en el plato de comida. “Ya no es tan práctico tener una cámara de rollo. Yo tengo una para cuando requiero sacar diapos, pero casi no la uso. Puedes ofrecerla a los estudiantes de algún instituto…”.
“Me gustaría tener otra reflex, pero digital”… dije inocentemente apartando el bolso de la mesa.
Los ojos del gigante brillaron a la par que se llenaba la boca. “Seguro. Puedes comprar una cámara nueva por medio millón de pesos”, se rió.
“¿Queeé? Pero si esta, en su tiempo, costó menos de doscientos mil…”.
“…o lo otro, es que busques a alguien que viaje al extranjero. En USA la podrías comprar por la mitad que acá”, continuó él, ya sin voz sarcástica.
Y así, al día siguiente hice un alto en el trabajo y sali a visitar las galerías comerciales de fotografía en el centro, para ofrecer mi vieja Vivitar. Caminé cargando el bolso un poco resignado, no por lo que significa desprenderme de un regalo, o por lo poco que espero que me den por ella. Sino, porque me di cuenta, de que no podré volver a gozar de jugar con una máquina “semiprofesional”, por un buen tiempo. Y es que, para un tonto como yo, el tener una reflex, es algo para que te tomen un poco más en serio.